
Por Utzu García
Es un día de profunda reflexión. Pensamos en aquellos que fueron oprimidos, torturados, desterrados, encarcelados, asesinados y desaparecieron a manos del Estado de Chile entre 1973 y 1990. Es un día para aprender de estos horrores y asegurarnos de que nunca vuelvan a repetirse. Es un día para recordar que el único camino que nos lleva hacia la paz, el bienestar y el desarrollo es la democracia, el diálogo y el uso permanente e incuestionable de la razón.
Es importante recordar que cuando la tensión social se vuelve insoportable, debemos imponer la nobleza y la voluntad de querer que los demás, y por ende nosotros mismos, estemos bien.
Nunca es inevitable bombardear un palacio de gobierno. Tampoco lo es asediar a las poblaciones y los barrios más humildes para purgar a aquellos que lucharon por soñar con una vida más digna. Nunca es inevitable gobernar con puño de hierro durante 17 años, destruyendo el tejido social.
Puede parecer trivial decirlo en pleno 2023. Debería resultar inconcebible la sola idea de restringir las libertades para «ordenar» un país. Sin embargo, si hoy es más urgente que nunca recordarlo, es porque esas ideas están resurgiendo, saliendo del armario, con voces que están ganando influencia y que han contribuido a relativizar el golpe y la violencia justificándola bajo la excusa del «bien superior».
En este contexto, donde parece que las viejas momias de aquellos años se están reencarnando en voces más jóvenes que buscan envolverse en un envase de «outsiders», la cultura, especialmente la música, desempeña un papel relevante en la formación de ideas.
Basta con observar cómo la música trap y sus mensajes impregnan a las nuevas generaciones, inspirando estilos de vida que, aunque puedan ser objeto de debate, no podemos ignorar que su música y sus letras reflejan claramente lo que está sucediendo y también estimulan la profundización de esos deseos.
Por eso, debemos ser conscientes de que nuestras palabras, acciones, rimas y estribillos tienen un impacto en las personas cuando llegan a sus oídos. Si bien es cierto que ni los músicos, ni los productores, ni los gestores, ni los sellos están obligados a adoptar un discurso ideológico, político, social o panfletario, es importante que tengamos en cuenta que un artista exitoso se convierte en una influencia no solo para otros músicos que desean emularlo, sino también para aquellos que ven en sus palabras un camino a seguir. No se trata de vivir creando jingles para campañas políticas o propagandas, sino de transmitir valores elementales de respeto mutuo.
Decir «nunca más» era una convicción firme hace 10 años; hoy es un clamor para evitar que vuelva a ocurrir algo como lo que hasta el día de hoy nos traumatiza. Porque ese sentimiento antidemocrático, racista, clasista, homofóbico y represivo se está volviendo explícito nuevamente en aquellos que durante años han mantenido ocultas sus verdaderas creencias.
La decisión del papel que cada uno asumirá de aquí en adelante es personal. En mi caso, elegiré defender la democracia y el uso de la razón.